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El presidente del Banco central Europeo cree que mejores sueldos impulsarían la inflación de la eurozona y ayudarían a completar la plena recuperación económica

El País

 

Mario Draghi se desmelenó este martes en Sintra. El presidente del Banco Central Europeo (BCE) reclamó —en el fórum anual de la entidad que evitó el colapso de la moneda única— que los europeos apuesten por acelerar las subidas salariales. Ese sería el mejor trampolín para incrementar la (aún mediocre) inflación de la eurozona y completar la plena recuperación económica europea y la “normalización” (endurecimiento) de la política monetaria.

Este martes se cumplían solo cinco días del paquete de Riga, el doble anuncio de que entre otoño y final de año el BCE dejará de comprar bonos públicos y privados, y que en verano de 2019 podrá subir el tipo de interés del euro. Esas novedades fueron bien acogidas por tirios y troyanos, halcones y palomas. Aquellos, porque la política monetaria por fin se endurece, y crea espacio para volver a relajarse si comparece otra crisis. Estos, porque la sacudida quedó sometida a condiciones: que los malos augurios globales (proteccionismo rampante, precio del petróleo nervioso, vaivenes financieros imprevisibles) no estropeen la buena racha de la eurozona.

Esta es sólida, ratificó Mario Draghi. Aunque el crecimiento es «corto en duración y pequeño en tamaño», la actual expansión sería sostenible. Desde 1975 ha habido cinco fases de crecimiento en lo que hoy es la eurozona. Su duración media fue de 31 trimestres, con un alza total del PIB del 21%. En cambio, ahora «es de 20 meses con un incremento del PIB de menos del 10%». Pero puede mantenerse.

¿Por qué? Porque además del incremento de la demanda se han conjugado factores favorables a la oferta. Uno, la utilización de la capacidad industrial es casi plena, y pues, toca ampliarla. Dos, el empleo resucita con 8,4 millones de nuevos puestos desde mitad de 2013. Tres, la contribución del factor trabajo al PIB es «récord»: la mitad de este. Y cuatro, el capital contribuye «aproximadamente cero» a la recuperación, por lo que la inversión debe despertar.

En el 200 aniversario de Carlos Marx, y algo menos de su Salario, precio y ganancia, resulta infrecuente que un gran banquero central entone el elogio de la contribución laboral —y específicamente de las alzas salaria- les— a la recuperación de la economía tras la Gran Recesión.

Pero no hay que ser siquiera keynesiano para convenir con Draghi que «para la política monetaria, la cuestión clave es cómo el crecimiento alimenta los salarios y en consecuencia la inflación [los precios]», que es el timón de la estrategia de los bancos centrales, puesto que la mayor parte de las rentas salariales se destina al consumo, que espolea la demanda agregada.

El factotum del BCE desgranó media docena de resultados laborales que justificarían su paquete de Riga. Un paquete seguramente imprescindible a medio plazo, aunque incomodará, y mucho, a las finanzas públicas (y privadas) en lo inmediato, al encarecer la factura de su enorme deuda.

Media docena, atención al deletreo. El «crecimiento de los salarios está empezando a rebotar». La «retribución por empleado aumenta desde su precipicio a mitad de 2016 y está creciendo ahora al 1,9%». Este componente salarial «tiende a reaccionar más rápido que el ciclo» en el mercado laboral. También los «salarios negociados [en convenio] se mueven para arriba». Los «recientes acuerdos colectivos» en Alemania, España y Francia «dan continuidad a esa tendencia». Y las «restricciones de la retribución a los funcionarios empiezan a relajarse».

Aunque ese crecimiento «no se traduce automáticamente en alta inflación», reconoció el banquero central europeo, ancla las expectativas de un alza de precios hasta hace poco huidizo.

La clave, la inflación subyacente

En efecto, el BCE celebró en Riga que la eurozona alcanzase una inflación interanual del 1,9%, en mayo (próxima al objetivo oficial del 2%), como desencadenante de la normalización «gradual» de la política monetaria, ese seudónimo del endurecimiento. Porque también la recuperación macro se ha consolidado, a la espera de que se traduzca en favor de todos.

Pero la inflación a secas no deja de ser un dato equívoco (aunque figure en los Tratados), como el que pro- vocó el penúltimo error Trichet en julio de 2008, al encarecer el precio del dinero justo en vísperas de la Gran Recesión.

Lo decisivo para modular la política monetaria es la inflación subyacente, tras extirparle alimentos y petróleo, sus componentes más volátiles. Y esta ronda el 1,2%. Pero Draghi sorprendió a propios y a extraños, al asegurar que si la inflación a secas crecerá al 1,7% en «cada uno de los tres próximos años», la subyacente «alcanzará techos aún más altos». Así se lo han calculado sus expertos. Dios quiera que no yerren. Y no le confundan.

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